Nunca antes el ser humano ha tenido tan fácil el acceso a cualquier tipo de información. A todo tipo de conocimiento. Simplemente pulsando una tecla podemos conocer el pensamiento de cualquier filósofo o sistema filosófico desarrollado a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Un vastísimo conocimiento que primeramente se guardaba en la memoria del cerebro humano -como ocurrió en la India durante más de mil años-. Luego se guardó en bibliotecas -como la de Alejandría que según lo expertos albergó hasta 700.000 libros-. Hoy día, todo ese saber y mucho más, puede almacenarse en un disco duro del tamaño de un libro. En la actualidad cualquiera puede comprar el Bhagavad Gita, los Diálogos platónicos o la Biblia en edición de bolsillo por menos de lo que cuesta un paquete de cigarrillos. Sin embargo en la antigüedad el conocimiento llegaba a muy poca gente y a cuentagotas.
¿Qué dirían los grandes pensadores de la historia, como Budha, Platón o Shankara, sobre la accesibilidad al conocimiento que hoy día tenemos?
Ponte en su lugar y medita sobre ello a partir de este cuento que a continuación te narramos:
Predicar no es dar trigo.
Govinda era un joven aspirante a brâhman cuya vida estaría destinada al culto y la enseñanza védica. Desde que comenzó su formación a los 5 años demostró poseer grandes dotes para aprender, debido a que poseía una memoria prodigiosa. Con gran facilidad memorizada y recitaba con total exactitud todos los textos filosóficos y religiosos tanto pasados como recientes. A veces hasta incluso llegaba a corregir a su anciano maestro, quien de vez en cuando se confundía u olvidaba algunas palabras de las Escrituras.
Al cumplir los 18 años, sintiéndose ya suficientemente preparado para su cometido, Govinda pregunto a su maestro:
– Maestro, ¿cree que he alcanzado ya la madurez requerida para ejercer de brâhman?
– Amado Govinda -contestó el maestro- es cierto que debido a tu portentosa memoria has conseguido memorizar perfectamente todas las Escrituras, algo que nadie jamás ha logrado con tu edad. Pero te falta la correcta comprensión de lo memorizado. Pues saber no es entender.
Govinda, avergonzado por su arrogante pregunta, bajo la cabeza. Comprendió al instante que aunque podía repetir todo como un loro, apenas había entendía un poquito de todo lo memorizado.
Govinda continuó así bajo la instrucción del maestro quien poco a poco fue enseñándole el mensaje subyacente bajo las palabras de las Escrituras.
Tuvieron que pasar muchos años para que el intelecto de Govinda consiguiese aprehender el sentido de todo el conocimiento que albergaba su memoria. Cuando hubo llegado este momento el maestro le dijo:
– Querido Govinda. Ahora has comprendido lo previamente aprendido. Ahora estás preparado para poder dar el último, decisivo y más difícil paso que consiste en la interiorización de lo comprendido por la razón. Es el último peldaño que debes escalar sin mi ayuda y en soledad. Así que vete al bosque y no regreses hasta que todo el conocimiento adquirido por tu intelecto no se integre por completo en tu corazón. Cuando eso ocurra estarás definitivamente liberado de toda atadura mental, y solo entonces alcanzarás la cualificación de maestro.
Govinda marcho al bosque donde permaneció meditando en completa soledad hasta, tras muchos años, alcanzar la iluminación del corazón que caracteriza a los verdaderos maestros.
Con la atención puesta en el interior, y tras guardar un prolongado y calmado silencio verbal y mental, emerge la sabia voz del Maestro que dice:
No es lo mismo comer, que digerir, que asimilar. Son procesos distintos; aunque, evidentemente, para asimilar una comida ésta debe estar digerida, y para digerirla debe previamente haber sido comida. Pero no siempre se digiere lo que se come, y no todo lo que se digiere se asimila. Teniendo en cuenta que solo lo que se asimila nos mantiene con vida y llega a formar parte de lo que somos. De nada sirve comer, incluso digerir, si ello no se asimila.
El mismo razonamiento podemos aplicar para los procesos: saber, comprender e interiorizar.
Para interiorizar un conocimiento, éste debe ser comprendido por la razón; y para comprenderlo ha de ser estudiado. Sabiendo que estudiarlo no implica entenderlo, así como comprenderlo no conlleva interiorizarlo.
Interiorizar un conocimiento es convertirlo en sentimiento. El conocimiento se interioriza cuando se trasvasa del intelecto al “corazón”, transformándose el pensamiento en sentimiento. Siendo los sentimientos los que dan forma a nuestro “corazón”, que es lo que lo que en definitiva nos mueve en la vida.
Solo lo que interiorizamos forma parte de lo que sentimos, y son los sentimientos los que básicamente nos impulsan y dirigen nuestros actos a lo largo de toda nuestra vida. Por ello nuestros actos nos definen como lo que somos. Por eso Jesús, refiriéndose a los fariseos, nos dice: “por sus obras los conoceréis”.
Entendamos pues que tener conocimiento es necesario pero no suficiente. Para que el conocimiento produzca transformación en nuestro interior se requiere trabajarlo hasta integrarlo en el corazón. En la actualidad, a diferencia de la antigüedad, tenemos a nuestro alcance infinitamente más información de la que, por nuestra limitación humana, podemos asimilar. Así que ¡cuidado! No olvidemos nunca que el conocimiento no interiorizado y, por consiguiente, no aplicado es infructuoso.

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Sólo se que no se nada y la meditación no me da nada, pero me lo quita todo son, a mi forma de ver, dos ejemplos de la interiorización personal, de Sócrates y de Buda, del conocimiento.
No son contrasentidos ni paradojas: nos lo parecen porque ponemos el objeto y la intención en donde no radica nuestra felicidad.
Pero no sirve de nada quedarte con las frases, pensar que ya han pensado ellos por nosotros. No sirve de nada tanta información de tantos sabios y tantos que no lo son. Mejor dicho, sirve para distraernos, como la comida que se come de más para paliar un vacío interior que nunca se llena. Y al final lo que no sirve de nada, es perjudicial, sobra, hace daño. En el caso del conocimiento nos crea una falsa sensación de saber y hace daño: consideramos saber lo que solo son ideas que han tenido otros.
La sabiduría no parece poder ser adquirida de ninguna manera. La puerta de entrada parece ser el pensamiento y el corazón de cada uno.
Govinda pasa años y años y años meditando. El gerundio es el verbo del Ser, es el verbo de la acción continua, el que no tiene principio ni fin.
Gracias.
Efectivamente el conocimiento no significa sabiduría. He conocido muchas personas con mucho conocimiento (o debería decir con poco conocimiento) pero muy ignorantes porque saber mucho de una materia no significa ser sabio. Sin embargo también he conocido personas de las mal llamadas ignorantes que tenían mucho que aportar. Conclusión no sabe más el que atesora conocimientos,sino el que comparte lo poco o mucho que sabe.
Bonita reflexión. Me admira como se ha trasmitido la filosofía del yoga desde sus orígenes. De maestro a discípulo en la lengua sagrada. No podía ser escrita por su carácter sagrado. Toda esa filosofía maravillosa se ha trasmitido hasta nuestros días de forma inclusiva de oriente a occidente.
Hoy en día es verdad que la información es mucha. A mi personalmente me resulta todo un reto tratar de entender lo más posible el yoga desde mi mentalidad occidental. Los textos yoguicos clásicos, el induismo como cultura, la inspiración de los maestros de yoga. Todo con la intención de conocer, aprehender e integrar y amar.
Por supuesto practicar. Dicen los sabios que es mejor un poco de práctica que mucha teoría.